domingo, 3 de mayo de 2015

Las horas nebulosas


Cuando yo nací, mi madre no tenía un arrullo para arroparme y se sirvió de lo primero que encontró: la chaqueta verde de la abuela. Así fue cómo la heredé. Y desde aquél día no he dejado de ponérmela siempre que llego a casa.

La abuela era una mujer encantadora, pero mamá siempre la odió, y nunca llegué a comprender el motivo.

Quizás las largas horas de invierno en aquella lóbrega habitación de hostal le habían afectado amargamente.
O tal vez las frías sopas de pan con leche que cada noche se veía obligada a darnos a la hora de la cena, por los grandes apuros económicos que pasamos cuando murió el abuelo, pues consigo se llevó todo el amor que le quedaba a mi madre en su enjuto corazón, dejándonos sólo deudas y desdichas.

A Corina sólo le preocupaba que su marido Cloe estuviese lo suficientemente borracho al llegar a casa cómo para dejarla dormir todo lo plácidamente que el frío invierno le permitía en aquel angosto habitáculo que compartíamos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario